Estoy Lleno, Te Lo Juro

Student Life | 0 comments

Written by Daniel Cespedes

April 25, 2020
Desde el momento en que me monté al avión en rumbo a Hanover ya estaba extrañado la comida de mi mamá, de mi abuela, y de los restaurantes de mi querido Chicago. Después de 18 años, mi estomago ya estaba acostumbrado a una vida buena, una vida llena de arroz y sopas y sopes y un chingo de tacos. En verdad, la comida en Hanover era de las cosas que más temía al pensar en mi vida en la universidad.

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Graphic by Abby Smith

Desde unos cuantos meses antes de llegar a la escuela ya me estaba preparando mentalmente para comer pura comida de gringo
Desde unos cuantos meses antes de llegar a la escuela ya me estaba preparando mentalmente para comer pura comida de gringo: arroz sin sal y otras mamadas como meat loaf y casserole (aun no tengo ni la más mínima idea que es casserole y eso, la verdad, no me molesta ni un pelo). Antes de llegar a Dartmouth, tuve la suerte de pasar una noche en Boston con un amigo de mi papá. Al llegar a Boston, su amigo me ofreció desayuno y entonces fuimos a un restaurante cerca de su casa para desayunar. Me aseguré de apreciar cada maldita mordida porque estaba seguro de que iba a ser el último desayuno que iba a disfrutar por dos meses.
Si estoy siendo sincero, no me decepcionó la comida cuando por fin empezó mi tiempo en Dartmouth. Claro, la comida no estaba al nivel que estaba acostumbrado, pero no estaba mal. Pensándolo bien, creo que no fue hasta la sexta semana, quizás la séptima, que empecé a extrañar la comida de mi casa como un tuerto extraña su segundo ojo. Fue después de nuestro viaje a Nueva York que me dio esa nostalgia de estar en una ciudad grande con más para ofrecer que 6,000 vírgenes que les gusta leer. Desde ese fin de semana cada cosa que mordida en Foco me daba ganas de no más ayunar como un faquir para no torturar mi lengua mas hasta por fin poder comer algo con algún tipo de sabor o textura. Me acuerdo muy bien de cómo al inicio me gustaban los huevos que daba Foco para desayuno, y hasta era capaz de comerme unos dos o tres platos de ellos. Ya para el de la octava semana no podía comer huevos si no eran con salchicha o si no eran huevos tibios como los que hace mi abuelo. Pero fíjate como son las cosas de la vida, después de ni dos meses de estar en casa ya estoy HARTO de huevos. Todos los santos días no hay nada más que comer qué huevos, huevos y más huevos. ¿Como que nunca se puede ganar, eh?

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